La cultura de alquiler de libros, que se originó en la segunda mitad del período Edo (1603–1868), perduró hasta finales de los años 40 y principios de los 50 gracias a la proliferación de las kashihon’ya, o librerías de alquiler. En esa época, pocos podían permitirse comprar libros y revistas nuevos con regularidad, pero en estas tiendas podían alquilarlos por un precio muy asequible. En su momento de mayor auge, llegó a haber hasta 30 000 de estos negocios. Y los libros que contenían manga, especialmente los destinados al público infantil, generaban importantes ingresos.
La demanda de manga y su mayor accesibilidad allanaron el camino para una nueva fase en su evolución a finales de los años 60.
En esta década aumentó el número de lectores de manga, con el incipiente interés de los adolescentes y el público joven en general. Como tendencia dominante surgió el gekiga /jekíga/, un manga maduro y realista que ya no se dirigía al público infantil sino al juvenil. Llegó a competir en popularidad con las novelas tradicionales. Esto marcó un punto de inflexión en la creación de géneros dramáticos diversos dentro de la industria del manga japonés.